jueves, 23 de junio de 2011

¡Qué sorpresa! Gracias, Pato



Había algo de los velorios que él envidiaba. No era la muerte, claro. Sino el afecto por el finado. El reconocimiento, las consideraciones, las anécdotas, hasta las lágrimas por la figura del “homenajeado” le resultaban envidiables.
Los velorios dan datos.
En los pueblos, por ejemplo, la trayectoria de la vida del difunto suele evaluarse rápidamente por la cantidad de autos que se encolumnan en el acompañamiento.
¿Cuántos autos irían al suyo?
Cada vez que regresaba de un sepelio, en esa marcha lenta que induce a la reflexión, pensaba en simular su muerte y buscar un lugar secreto desde donde espiar su velorio y así poder ver quién lo lloraría, qué se hablaría de él, qué anécdotas finalmente serían destacadas. ¿Habría enseñado algo? ¿Qué le reconocerían? ¿Qué trascendería de su vida?
Pero no terminaba de cerrarle la estrategia de “morirse” para averiguarlo.
Hasta que recibió la invitación para la presentación de un libro.
Y fue.
Y esa noche palpó el afecto, la admiración, las sonrisas, las lágrimas, el reconocimiento. ¡Cuanto reconocimiento!
Y la homenajeada - la sembradora - reía, se emocionaba, contaba, y hasta cantaba.
Cuando todo terminó quiso demorar la partida. Se sentó en el bar a tomar un café y a observar las cálidas despedidas, y a escuchar las frases felices.
Mientras revolvía el café pudo ver a través de los ventanales la gran cantidad de autos estacionados y otros que ya partían.
Después del último sorbo empujó el pocillo hacia el centro de la mesita para tener lugar donde apoyar los brazos cruzados.
Repasó todas las imágenes de esa noche. Y cambió de estrategia.

1 comentario:

  1. Muy interesante y humano. Muy bien escrito y atrapante. Saludos Irene Marks

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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.