lunes, 24 de octubre de 2011

Opinión

Juventud y viudez, sus escudos y sus lanzas

Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION

¿Cómo no recordarlo? En noviembre de 1951, Perón ganó un segundo período presidencial con más del 62 por ciento de los votos, el doble de los que obtuvo la Unión Cívica Radical. Fue la primera elección nacional en la que votaron las mujeres. La casualidad o el destino le dieron a David Viñas, fiscal radical, el papel de llevar la urna al Policlínico de Avellaneda, donde Eva estaba internada. Muchos años después, Viñas recordaba el momento: un friso de suplicantes en las puertas del hospital, rezando, "como en una película de Eisenstein". Una fotografía muestra a Eva, extenuada, en el momento en que una mujer le acerca la urna. La cabeza sostenida apenas por las almohadas, el rostro demacrado y el gran rodete rubio. Viñas espera afuera. Cuando le devuelven la urna, escucha la voz de Perón, que le pregunta a Eva: "¿Apago la luz, negrita?" Eva y todas las mujeres argentinas votaban por primera vez. También Victoria Ocampo, gran opositora, votó por primera vez, y fue éste el único reconocimiento que le hizo al peronismo. Como ahora con los derechos humanos, siempre hay algo que reconocer.

Eva Perón murió en 1952. Hubo paredes en Buenos Aires donde se escribió la frase repulsiva: "Viva el cáncer". La fatalidad se entreteje con la historia del peronismo. En 1974, la muerte de Perón, mientras ejercía la presidencia, abrió el camino de la violencia dentro y fuera de su movimiento. En 2010, la muerte de Néstor Kirchner, por el contrario, le da a la línea que él armó dentro del justicialismo una dimensión que su viuda ha sabido aprovechar. En 2009, Kirchner venía de perder una elección. Parecía que su poder se debilitaba, pero su muerte esfumó los efectos de la derrota, la manipulación de las candidaturas testimoniales, el estado deliberativo del Partido Justicialista.

Cristina Kirchner se rodeó de un escudo protector juvenil (los "pibes" que el domingo cantaban por "la liberación"); se apoyó en una burocracia de Estado que administra dinero y militancia, y cerró Olivos a casi todo el mundo excepto a la mesa más pequeña, a la que se sientan hombres de su extrema confianza personal.

La muerte de Kirchner contribuyó a esta victoria de una manera paradójica. Pero, antes, dejó su obra. Son suyas las bases económicas sobre las que Cristina Kirchner acaba de lograr su gran triunfo. Aunque se le fueron unos cuantos, por el momento contuvo las tendencias centrípetas. Sobre esto último es claro testimonio el discurso con el que Scioli celebró el domingo a la noche su victoria: agradeció primero a Néstor Kirchner, luego a Alberto Balestrini; saludó a sus competidores internos (como Ishii); reafirmó que su mano está tendida para sumar. Y sólo al final dijo: "Tenemos que encontrarnos con Cristina Kirchner y darle un abrazo y decirle que se merece este respaldo".

Ese lugar de Scioli fue un inteligente recurso de Néstor que Cristina Kirchner tuvo la precaución de conservar, como muchas otras medidas de su marido. Cuando la militancia entusiasmada cantaba en la noche del domingo: "Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo", reconocía esto. La Presidenta, en el momento más evocativo de su discurso, dijo: "El está mirando desde algún lado. Está acá, ¿no es cierto? Díganme que sí". Abrazada a su hija, no sólo se permitía un tributo fúnebre de tono animista. Estaba haciendo un reconocimiento al edificio político que le dejó el muerto.

La paradoja es que si Kirchner hubiera seguido en este mundo estaría en peores condiciones que su mujer para beneficiarse con su propia obra. Vivo, su espíritu belicoso y el recuerdo de las jornadas que rodearon la resolución 125 lo perjudicaban. Muerto, la viuda supo cambiar el tono.

En realidad, encarnó una imagen de gran poder simbólico: la mujer fuerte, destrozada por el dolor, que se solloza y se recupera al mismo tiempo; que apela al muerto pero demuestra que puede reemplazarlo con ventaja; tocada por la desgracia pero indomable. El luto es emblema de una soledad espiritualmente fortalecida y no de desfallecimiento. La viudez de Cristina ha sido su escudo y su lanza. Hay que reconocer que supo usarlos y que su victoria no puede ser solamente atribuida a que la oposición no hizo bien sus tareas.

Las alianzas hipotéticas
Esto último salta a la vista en cuanto se suman los votos de las diversas listas opositoras. Si se hubieran unido todos, igualmente Cristina habría vencido. Esta hipótesis de oposición unificada fue imposible y, por muchas razones, no deseable. En cambio, otras convergencias más verosímiles no tuvieron lugar: sólo el personalismo impidió que Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá presentaran una lista conjunta. ¿Qué obstáculo insalvable pudo separarlos después de compartir tantos años el mismo Partido Justicialista y enunciar discursos que no se contraponen? En ese caso, el peronismo habría concurrido con dos boletas. Es sensato pensar que Cristina Kirchner habría ganado, puntos más o puntos menos. Simplemente, el electorado no peronista habría podido comprobar que el peronismo todo junto sigue siendo una mayoría impresionante, cosa que puede comprobar ahora mismo si suma los millones de votos kirchneristas y los de Duhalde y Rodríguez Saá.

Los kirchneristas duros dirán que cualquier unión de estos votos es contra la naturaleza ideológica que separa (¿para siempre?) las dos líneas del movimiento nacional. Los duhaldistas dirán que, retirada Cristina de la política, cumplida esa condición, ambas líneas podrán sentarse a la misma mesa, como lo vienen haciendo desde hace más de medio siglo (a veces se han peleado a tiros, a veces han competido en elecciones).

La otra alianza que se reclamaba era la de Alfonsín y Binner. Fue impracticable en el momento mismo en que Alfonsín optó por Francisco de Narváez. De cualquier cosa se podía retroceder, pero no de esa opción. Es significativo que un porcentaje considerable de votantes haya recompuesto la que habría sido la lista "natural": cortaron boleta y pusieron en el sobre la de Duhalde para presidente y la de De Narváez para gobernador de la provincia de Buenos Aires. Alfonsín tomará nota de esto, que quedó exhibido en la escena mediática cuando la periodista María Laura Santillán cometió el lapsus más apropiado: "Está llegando De Narváez a la sede de Duhalde. ¡Qué acto fallido!". Nadie puede reprochárselo. Los votantes que cortaron boleta hicieron de ese acto fallido una demostración de que cualquier alianza no es posible.

Por otra parte, Binner y el Frente Amplio Progresista, sumados a la campaña hace pocas semanas, tienen como objetivo una construcción a mediano plazo, con disposición para alianzas programáticas pero no para poner en la calle barredoras de hipotéticos votos antikirchneristas de cualquier color. Obtuvieron sólo dos puntos por debajo de Alfonsín y de Duhalde. Una buena elección, hecha sin plata y sin asesores de imagen. Si hubieran decidido aceptar a De Narváez en la provincia de Buenos Aires, no habrían ganado nada para el futuro. Tendrán que aprender, en cambio, que esa provincia es dura para quienes no son peronistas. Allí los colores del estandarte siguen siendo justicialistas, de los tonos que prevalezcan en cada momento.

Se ha repetido que los oficialismos ganaron en las elecciones provinciales previas. En estas primarias lo que ganó es el oficialismo nacional, votado por aquellos a los cuales les va muy bien o pasablemente bien y que, por lo tanto, no ven razones para un cambio sobre el que no tengan la seguridad de que les conviene. Y también votaron al oficialismo los pobres, que no están convidados al consumo sino apenas a la supervivencia; que dependen del sistema de subsidios y creen que mover un gobierno podría afectarlos. Cuando se es pobre, se teme con motivos fundados, ya que la vida es precaria y perder un poco es perder todo. Si ese temor se une a una identidad difusa de origen cultural peronista, allí están los votos.

Y como la victoria dulcifica, ayer a mediodía Cristina Kirchner dio una conferencia de prensa y no les indicó a los periodistas cómo debían portarse...


El pasado reciente / Las condenas en 1985 por violaciones de los Derechos humanos

Con críticas al kirchnerismo, recuerdan el juicio a las juntas
Al presentar su libro, Eliaschev dijo que es un aporte para que la historia sea completa

Por Maria Elena Polack | LA NACION
Un libro que refleja un momento clave en la historia reciente de la Argentina, como Los hombres del juicio, del periodista Pepe Eliaschev, no podía tener una recepción más cálida como la que tuvo: sus protagonistas sentados en primera fila y una concurrencia tan numerosa que hizo que muchas personas debieran seguir la presentación hasta en la vereda de Dain Usina Cultural, en Palermo.

Es que Eliaschev plasmó la historia íntima de los jueces y el fiscal federal que, en 1985, juzgaron a las juntas militares que marcaron la etapa más negra de la Argentina y procuraron marcar el fin de la impunidad en el país.

Los ex jueces Jorge Valerga Aráoz, Jorge Torlasco, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma y León Arslanian y el ex fiscal Julio César Strassera fueron los protagonistas de la presentación, aunque se mantuvieron en silencio. Sus desvelos, sus preocupaciones y el papel histórico que les tocó asumir en el retorno de la democracia son desmenuzados en Los hombres del juicio .

La obra fue presentada por su autor, por el ensayista Santiago Kovadloff y el periodista Alfredo Leuco, quienes revisaron el pasado pero cuya preocupación se centró en el futuro. Entre la concurrencia al acto se encontraban Robert Cox, ex editor del diario Buenos Aires Herald, galardonado recientemente por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por su coraje para desafiar a la última dictadura militar, y Graciela Fernández Meijide (madre de Pablo, aún desaparecido), de destacada actuación en la recopilación de los testimonios del horror, defensora de los derechos humanos, y quienes conocieron las más profundas razones que llevaron al entonces presidente Raúl Alfonsín a impulsar el juicio a las juntas militares, como su vocero José Ignacio López. También asistieron el ex juez de la Corte Suprema Gustavo Bossert, el ministro de Cultura de la Ciudad, Hernán Lombardi, la ensayista Beatriz Sarlo y el conductor Fernando Bravo.

Sobrias y conmovedoras fueron las apreciaciones de Kovadloff y Leuco sobre la obra y su hacedor. Y los dos pusieron énfasis en la necesidad de respetar la verdad completa de la historia reciente.

"Los hombres del juicio dieron un paso fundamental: la democracia es posible. Abandonar la democracia es abrazarse a la jactancia del poder", afirmó Kovadloff, en una clara alusión a la preocupación por una eventual reforma constitucional.

"El proceso de recuperación democrático que se inició entonces está inconcluso", añadió, para advertir: "Se trata de un libro insoportable, no porque esté mal escrito, sino porque muestra una herida abierta, porque nos recuerda lo que queremos olvidar. Viene a recordarnos algo inconcluso: aún la verdad nos espanta".

Sólo se pronunció el nombre de un político, Raúl Alfonsín, recordado con un fuerte aplauso del público. Pero la crítica a la actual campaña electoral fue dura: "En estas elecciones advertimos una profunda asimetría. Nos encaminamos a la votación del domingo con una suerte presencia consolidada del oficialismo y una ausencia protagónica de la oposición", dijo Kovadloff.

Por su parte, Leuco subrayó: "Este libro es un manual de historia para que nadie se apropie de los méritos del otro. Es para que los jóvenes no crean que nadie hizo nada hasta que llegó un presidente patagónico. Es para que nadie ningunee el acontecimiento refundacional de las instituciones de la Argentina".

Eliaschev planteó su preocupación por la interpretación del pasado y las consecuencias para el futuro: "Mi libro explora la atipicidad de lo que ocurrió en la Argentina. Pretende humildemente aportar una justicia para las generaciones venideras y que quede claro que en este país no hubo impunidad y no hubo venganza, todos se pudieron defender. Para que la historia no sea confiscada. El fallo y el alegato del juicio cuentan la historia completa. Es una lástima que no esté disponible para el público. Tuvo sólo una edición y no se consigue".

Para dejar en claro que los horrores no comenzaron con la dictadura, Eliaschev recordó que se exilió en 1974: "La Triple A fueron mis exiliadores porque en los gobiernos de Héctor Cámpora y Perón había formaciones especiales que secuestraban, mataban y robaban. Eso no lo podemos ocultar porque eso pasó"..

La interna ideológica del kirchnerismo
Un debate intenso gana terreno en el cerrado espacio de la discusión K. Dos hitos recientes recalentaron el tema: la presencia de Beatriz Sarlo en 678 y el impacto del escándalo Schoklender- Bonafini. Cómo es la discusión entre los soldados puros y los que impulsan una actitud de acompañamiento crítico

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"No entiendo por qué nadie escuchó mi denuncia"

Por Laura Di Marco
-Ahora, la "revolución" es invitar a Canal 7 a Beatriz Sarlo...- bromeaba, no sin ironía hacia su propia tropa, un joven funcionario K, mientras charlaba con un periodista no militante en un bar cercano a la Rosada, pocos días antes de lo que, más tarde, se convertiría en un hito de la era K: la polémica y picante visita de la autora de La audacia y el cálculo a 6,7,8 , una de las usinas más radicalizadas del oficialismo.

Aquel día, el joven K, que se desempeña en un área vinculada a la comunicación oficialista, estaba lanzando una deliberada crítica, con audacia pero también con cálculo, ante un interlocutor que, para la mirada de la cultura gubernamental, representa a uno de los vértices del mal: los medios no militantes. Se quejaba, en una palabra, de un modo de acumulación de poder centrado en la batalla, que necesariamente reclama soldados, defensores a libro cerrado del relato K, sumisos acatadores de órdenes.

Muerto Kirchner, el sellado espacio de discusión K parece reclamar algo de oxígeno. Y el reclamo, aunque no necesariamente público, se cocina por el lado del mundo intelectual afín al oficialismo: aliados progresistas no peronistas, que ya estaban o que se incorporaron después de la desaparición del ex Presidente, y dirigentes y funcionarios sub 45 que revistan en las segundas y terceras líneas del Gobierno, cansados de acatar decisiones que se toman en una pequeña cúpula. "El proyecto está necesitando menos soldados y más intérpretes", sintetizó hace pocos días la socióloga María Pía López, miembro de Carta Abierta, en la presentación de Kirchnerismo: una controversia cultural, libro de su colega y maestro Horacio González.

La presencia de Sarlo en el canal oficial, sin embargo, sirvió para catalizar las diferencias: los sectores más proclives a cerrar filas agudizaron las críticas por haber invitado a la ensayista al programa (circuló bastante un video de Y ouTube en el que se veía a miembros de Carta Abierta en reunión, criticando duramente la decisión de haberla invitado) y multiplicaron los cuestionamientos a la intelectual. Horacio Verbitsky decidió responderle directamente a ella con un artículo de dos páginas publicado en Página 12 en donde, para contradecir sus dichos respecto del casi nulo compromiso del matrimonio Kirchner con los Derechos Humanos (DD.HH.) antes de 2003, recuperó del olvido una fugaz participación en un acto político. Entre los aliados del Gobierno que valoran su política de DD.HH., alcanza con lo realizado desde 2003 y no creen que sea bueno forzar un retrato de compromiso con el tema que los organismos de DD.HH. santacruceños se han encargado sobradamente de desmentir. También propician una defensa del Gobierno que no impida criticar errores y que no lleve necesariamente a demonizar o ridiculizar al adversario.

Pero tras el episodio 6,7,8, el escándalo de Sergio Schoklender en la Fundación Madres de Plaza de Mayo volvió a calentar la discusión. La sospecha cayó en uno de los altares más sagrados para el progresismo. Las postales de una Ferrari, dos aviones, y desmanejos en los fondos de Madres, imágenes "que asustan", como dijo el jueves pasado el presidente de la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy, avivaron los espíritus deliberacionistas. Las aguas se dividen, por estos días, entre quienes se abroquelan defensivamente ante lo que sienten como la perfecta excusa que encontraron las "corporaciones mediáticas" para bombardear el "proyecto", y los que se resisten a alinearse con el Gobierno en el tratamiento del tema y reclaman la verdad sobre el destino de los fondos, aun a riesgo de que ese agujero negro sea utilizado por la "derecha".

Como prueba de que incluso hacia el interior de Carta Abierta el debate está en pleno proceso, Ricardo Forster, principal referente de esa agrupación y panelista en aquel 6,7,8 frente a Sarlo, comparte la perspectiva de María Pía López y refuerza: "Me parece falaz reducir la caudalosa experiencia del kirchnerismo a supuestos soldados acríticos. Coloco el debate con Beatriz Sarlo dentro de esta dinámica. Me parece que es la derecha la que, hasta ahora, ha carecido de recursos teórico-conceptuales y la que ha buscado simplemente reducir el debate a chicanas y a un apolillado denuncismo. De la misma manera, también creo que al kirchnerismo le hace muy bien discutirse, y hacerlo sin complacencias".

Sin embargo, otro admirador confeso del Gobierno (su libro El flaco da cuenta de esa fascinación), también percibe un tiempo de apertura. "Me parece que hay cierta intención de tender puentes en esta etapa, con un sello de época de Cristina, que es mucho más socialista y de izquierda que peronista", interpreta el filósofo José Pablo Feinmann. "El peronismo, por otra parte, no existe más, entendido en términos de aparato. Y Cristina, que siempre fue mucho más inteligente de lo que era Néstor, lo sabe. En este contexto, creo yo, debe entenderse la invitación de Beatriz Sarlo a 6,7,8 ", dice.

Por otra parte, quienes quieren defender el proyecto K sin caer en la descalificación de los adversarios destacan la necesidad de contar con espadas más y mejor afiladas a la hora de debatir con una intelectual del nivel de Sarlo. "La verdad -le decía el joven K del ala rebelde al reportero no militante-, poner a Gabriel Mariotto a discutir con Sarlo es como querer combatir al Ejército de Estados Unidos con los boy scouts".

El gurú de la tevé oficialista, Diego Gvirtz, aún se está frotando las manos por los réditos que, según cree, obtuvo con la presencia de una intelectual adversaria al Gobierno en su criatura, 6,7,8 . Una invitación que, necesariamente, tuvo que haber contado con el respaldo de la Casa Rosada. Quienes lo tratan en la intimidad aseguran haberle escuchado un razonamiento que jamás hará público: con el debate de Sarlo en Canal 7, ganó su programa -porque hoy es mucho más conocido- y la propia intelectual. ¿Perdedores? Los panelistas, sobre todo aquellos a quienes la escritora se encargó de noquear públicamente.

Algo es evidente: la inclusión de una voz crítica e inteligente en el canal estatal, o la inclusión en el noticiero de entrevistas a candidatos opositores, en plena carrera electoral, contrasta con la línea del presidente de Télam, Martín García, un fiel soldado que ya ha dado increíbles muestras de su fidelidad extrema y que asegura sin ruborizarse que él incluiría a la oposición en el servicio noticioso de la agencia estatal en el caso de que "no diga boludeces".

Soldados versus creativos

Attenti , que ahí viene uno de los creativos- lanzó, irónico, días atrás en un despacho de la Rosada, el inefable Aníbal Fernández, soldado todoterreno si los hay, para describir el modus operandi de un funcionario de segunda línea, portador del peligroso virus de las ideas propias. Peligroso porque ese virus podría derivar en una acusación aún más grave dentro del mundo K: la de "liberal", o, peor aún, la de "hombre de la derecha". "Cuando te llaman así, te pusieron la lápida. Quiere decir que, más allá de donde estás, no vas a llegar", sintetiza el funcionario en cuestión.

Los soldados, naturalmente, son más numerosos entre los funcionarios importantes, esos que ascienden en la burocracia estatal del Gobierno: el acatamiento es la forma de ocupar espacios de poder, detectaron aquellos que, aun siendo intelectuales, como el caso del secretario de Medios Juan Manuel Abal Medina, deben ajustarse a ese protocolo no escrito de la cultura oficial. "El enemigo que tenemos enfrente es poderoso -suele decir a puerta cerrada el politólogo-, son los factores de poder que siempre han gobernado la Argentina. No es momento de ponerse a discutir". El ministro Amado Boudou, por caso, sólo consiguió limpiar su pasado neoliberal gracias a la virtud de la obediencia política.

Enrique "Pepe" Albistur parece haberlo entendido muy bien. Kirchnerista de paladar negro, se lució como anacrónico soldado cultural con su muestra sobre el pensamiento nacional, en el Palais de Glace, esa que terminó con el jueguito de escupitajos al gorila y en la que Jorge Luis Borges no tuvo permiso para entrar. Para muchos de los que quieren mover la discusión interna esa muestra fue, justamente, una "muestra" de lo que no se debe hacer.

Hijos de Néstor, al fin, los cuadros militantes de La Cámpora funcionan muchas veces como una gendarmería ideológica. Probablemente, en ese marco deben leerse las declaraciones de Juan Cabandié, que reclamó todo el peso de la ley para Schoklender, resguardando así a Hebe de Bonafini, emblema de la alianza entre el Gobierno y los organismos de DD.HH. Candidato en la lista de Daniel Filmus, Cabandié atiende en este juego dos frentes: como buen soldado, sigue al pie de la letra el guión que baja la Rosada, es decir, concentrar toda la culpa en el ex apoderado -la anomalía de un sistema que se pretende impoluto- y, de paso, minimizar el impacto del daño político en el electorado capitalino, ya medible por los encuestadores.

A esos requerimientos de alineamiento automático pareciera responder el sorprendente premio periodístico Rodolfo Walsh que este viernes recibirá Bonafini en la Universidad de La Plata y que ya despertó críticas sonoras. La hija del escritor desaparecido, Patricia Walsh, no tuvo reparos para expresar su descontento: "Estas dos últimas semanas han sido terribles en torno a todo lo que significa, y la responsabilidad política no se puede esconder de ningún modo", concluyó terminante.

Muchos simpatizantes del kirchnerismo, entre ellos los intelectuales de Carta Abierta, viven el episodio Schoklender como si hubiera muerto alguien. Temen, además que el hecho se use para estigmatizar a Bonafini y deslegitimar así toda la lucha llevada adelante por las Madres contra el terror de la dictadura. "Nos resulta inimaginable pensar que Hebe haya podido derivar siquiera cinco pesos para un café con leche", dijo uno de ellos a este diario. Y agregó: "De verdad, todavía no entiendo bien dónde está la estafa [de Schoklender], y hasta que la Justicia investigue, no puedo tener una opinión formada".

No cuesta demasiado figurarse qué hubiera opinado el mismo intelectual si las sospechas por malversación de dineros públicos, en lugar de salpicar a la directora de la Fundación de las Madres, hubiera estallado en una Fundación ligada a Macri o a De Narváez. O ligada a una gran "corporación".

El factor Sabbatella

El ingreso de Martín Sabbatella como aliado del mundo oficialista parece haber ayudado también a movilizar el debate interno. "Es tan bueno que haya ido Sarlo a debatir a 6,7,8 como malo fue que la despedazaran luego, en su ausencia, por lo que dijo", apuntan los sabbatellistas, quienes nunca dejaron de tender puentes con sectores que el kirchnerismo puro y duro considera "liberales" (gente con capacidad de autocrítica, bah).

"Nosotros no creemos en una democracia consensual en la que estamos todos de acuerdo, paz y amor, porque en la sociedad existen clases e intereses contrapuestos. Creemos, por tanto, en la deliberación intensa, controversial, siempre que se dé en un marco democrático", dicen cerca del aliado progresista no peronista. Para el sabbatellismo, "los más duros son quienes llegaron al kirchnerismo desde una lógica de poder; quienes buscan debate son quienes adhieren por razones más ideológicas".

Una traducción posible para esta elíptica frase, quizá, podría ser: hace diez años, Horacio González tenía la misma posición sobre los derechos humanos que la que sostiene hoy. Aníbal Fernández, probablemente, no.

Precisamente, en una reunión privada, Horacio González se quejó del trato que le dio el panel de 6,7,8 a Beatriz Sarlo en los días posteriores al debate. "Esto jamás lo dirá en público, pero sí en privado", dijo un colega, que escuchó esas palabras. Tal vez insuficientes (¿no hubiera sido más valioso que el director de la Biblioteca se animara a enriquecer el debate e interceder en defensa de su amiga tras los embates de Aníbal Fernández?), las tibias críticas que se atreve a expresar hoy, aunque aún no se atrevan a plantearse en un debate abierto, parecen reencauzar al soldado de ayer nomás, el que desafortunadamente quiso vetar a Vargas Llosa en su visita a la Argentina.

María Pía López hace una distinción importante, cuando dice que tanto desde afuera como desde adentro del kirchnerismo hay sectores, periodistas e intelectuales interesados en tender puentes y otros que sólo quieren "chicanear" para destruir, pero no para comprender. "Por ejemplo -agrega-, el libro de Beatriz [Sarlo] plantea un debate interesantísimo; ella está interesada en entablar un diálogo del mismo modo que, desde adentro [del oficialismo], lo intenta el libro de Horacio González, Kirchnerismo, una batalla cultural ", explica.

Es cierto que, por ahora, son minoritarios los reclamos de autocrítica y los que propician un debate honesto con los adversarios que no busque siempre ridiculizarlos o vapulearlos. Pero también es cierto que son persistentes. El hecho de que la socióloga de Carta Abierta, que trabaja codo a codo con Horacio González en la Biblioteca Nacional, haya sacudido el avispero, nada menos que en la ceremonia de presentación del nuevo libro de su maestro, no parece un hecho casual. La invitación a Sarlo en 6,7,8 tampoco. Y si bien la incomodidad de muchos intelectuales y simpatizantes del "proyecto" por el modo en que los medios K maltrataron a la ensayista todavía circula en privado, algunos creen que no tardará en ganar estado público y ampliar sus acotados límites de hoy. Muchos de ellos, en sintonía con lo que expresa Feinmann, quieren leer en las modulaciones de la Presidenta un tiempo más propicio para el diálogo que antes, cuando el que dominaba la escena era Néstor.

¿Bocanadas de aire fresco o sólo amagos y voces tímidas? Nadie lo sabe. Sólo los días por venir irán develando quién tiene las mejores cartas en la era cristinista..

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