YO
Por Pepe Eliaschev
10/09/11 - 11:36
Si Cristina Kirchner es reelegida dentro de 42 días y sigue viviendo en la residencia presidencial de Olivos hasta el 10 de diciembre de 2015, marcará un récord difícil de igualar (doce años y medio en la mansión del jefe máximo del país). Conviene tomar sus palabras en serio. Esta semana hubo dos momentos ricos para evaluarla sin intermediarios ni atajos retóricos. Fueron sendos anuncios típicos de los Kirchner desde el primer día de su llegada al gobierno. Presentó el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial y anunció por cadena nacional el ajuste del importe de la asignación estatal a los niños. En ambas intervenciones usó un total de 9.074palabras. Entre ellas dijo “yo” 42 veces, una vez cada 216 palabras, una autorreferencialidad insuperable. La funcionaria de mayor rango de una república democrática padece una fenomenal estima por sí misma. No es banal reparar en cómo le habla al país. Sus palabras, manierismos y soliloquios son útil herramienta para entenderla y prever cómo seguirá gobernando. Sus discursos de esta semana la muestran en el uso más proverbial de su retórica. Le apasiona monologar por televisión. Apela a herramientas discursivas que transcribo.
Yo ya decía. Esta cosa que vengo yo machacando. Yo misma. Yo que soy la Presidenta. Yo me volvía loca. Yo siempre creo. Yo siempre digo. Como digo yo. La dignidad de los humildes, digo yo. Yo lo decía el otro día. Yo veía a la Evita mirando al sur. Yo por lo menos nunca pretendí ser revolucionaria. Yo estoy convencida. Yo creo. Yo decía porque digo. Por lo menos es lo que yo hago, pensar en los demás. Tal vez, si pensara en mí misma y sola, bueno, no importa… Una llamativa constante: citarse, mencionarse, exponerse, referenciarse, creerse (y una sarta de argentinos pelotudos y chupamedias la idolatran ¡gloria a este pueblo!)
Ahora que incluso antikirchneristas antes críticos del Gobierno tienden a abrirle crédito al “nuevo discurso” presidencial, no es mera indagación psicologista husmear los vericuetos de una personalidad que influye de modo formidable en la marcha del país.
En la Argentina ha sido proverbial destacar las legendarias rabietas de Alfonsín, las míticas ambigüedades de Menem, las indecisiones enervantes de De la Rúa y la ira desbordante de Néstor Kirchner. El seguimiento periodístico de esas subjetividades fue implacable. Cuando Fernando de la Rúa perpetró el crimen imperdonable de equivocar el nombre de pila de la entonces esposa de Marcelo Tinelli, un macizo aparato mediático diagnosticó “¡Alzheimer!”. Feo traspié de De la Rúa: llamó Laura a Paula Robles y quedó incendiado. ¡Pobre diablo, ni siquiera sabía cómo se llamaba la mujer del tipo más popular de la Argentina! Néstor Kirchner habilitó la Casa Rosada para que la troupe tinelliana grabara en el despacho presidencial una serie de gags destinados a escarnecer a De la Rúa, sus olvidos y confusiones. Esta semana, Cristina Kirchner confundió en público al empresario Guillermo Dietrich con el ministro de la Corte Juan Carlos Maqueda. Sería imperdonable asegurar, por eso, que la Presidenta padece deterioro cognitivo.
Hay enunciados presidenciales asombrosos. Como parte de esa costumbre de situarse en el centro del mundo, el papel de la Argentina es sobredimensionado hasta el absurdo por la Presidenta, con agravios a países amigos. Esta semana, por ejemplo, al exaltar los avances educacionales argentinos, dijo que “Brasil tiene una tasa de analfabetismo (…) del 10 por ciento”, España “creo que 5,4” y Colombia “creo que era el 6,6”. ¿Qué necesidad de hacer esas tóxicas comparaciones? ¿No podría por lo menos manejar datos serios? El analfabetismo cayó cuatro puntos en la década de Lula en Brasil, que por su tamaño continental todavía tiene un 9,6% de personas mayores de 10 años que no saben leer ni escribir. En España es analfabeto un 2,2% de la población mayor de 16 años. Colombia admite un 9,6%. Cuando la Presidenta habla de otros países es odiosa y agresiva en sus descorazonadoras improvisaciones.
Impresiona su recurrente victimización hasta en irrelevancias supremas.
Necesitada de usar lentes, como corresponde a una señora
de 58 años, exclama “me voy a poner los anteojos para no equivocarme y que nadie se enoje”. ¿Quién y por qué se habría de enojar porque a su edad debe usarlos? También es visible su proclividad a provocaciones elementales, a partir de las cuales se embarra mal. Define, por ejemplo, a la mujer de su hijo como “una persona a la que quiero mucho, que también es muy peronista, la nuera de mi hijo”. ¿La nuera de su hijo? ¿No será su propia nuera? Al hablar de las universidades, asegura que “jamás osaría poner en duda” su autonomía, “me excomulgarían”. De las excomuniones se ocupa la Iglesia. Dicha autonomía se debate en el Congreso, un poder bastante menos vertical que el clero.
Para el universo conceptual de la Presidenta dar es tener poder y para tener poder hay que dar. Sus palabras lo acreditan: “Ayer me tocó vivir momentos muy, pero muy conmovedores. Fuimos a una casa de María, que seguramente me debe estar mirando por ese televisor pequeño, un televisorcito… Me quiso llevar a su habitación para que la conociera. La dignidad de los humildes, digo yo. Un televisorcito muy pequeño, muy antiguo… me pidió si le podía dar un televisorcito… porque me quería ver más grande, por Canal 7, me dijo, se ve que por otros canales no me deben pasar tanto, además. Pero para María, que me mira por la Televisión Pública, y debe por ahí estar mirándonos en su televisorcito chiquito, vamos a hacerle llegar un televisor más grande”.
Anunció la actualización de las remuneraciones de la asignación “universal” por hijo así: “he decidido (sic) que la asignación tendrá un incremento del 22,7% lo que llevará la asignación de 220 pesos actualmente a 270 a cada uno de nuestros niños”. “He decidido.” No el Estado argentino, los contribuyentes que lo sostienen, el Poder Ejecutivo o el Gobierno. Siempre “yo”, fuerte, terminante, genial, poderoso, creativo, imperial. El “he decidido” implica erogar US$ 735 millones, con lo cual el total en asignaciones llega a más de US$ 5.755 millones.
Yo, primera persona del singular. Es así.
Por Pepe Eliaschev
10/09/11 - 11:36
Si Cristina Kirchner es reelegida dentro de 42 días y sigue viviendo en la residencia presidencial de Olivos hasta el 10 de diciembre de 2015, marcará un récord difícil de igualar (doce años y medio en la mansión del jefe máximo del país). Conviene tomar sus palabras en serio. Esta semana hubo dos momentos ricos para evaluarla sin intermediarios ni atajos retóricos. Fueron sendos anuncios típicos de los Kirchner desde el primer día de su llegada al gobierno. Presentó el Plan Estratégico Agroalimentario y Agroindustrial y anunció por cadena nacional el ajuste del importe de la asignación estatal a los niños. En ambas intervenciones usó un total de 9.074palabras. Entre ellas dijo “yo” 42 veces, una vez cada 216 palabras, una autorreferencialidad insuperable. La funcionaria de mayor rango de una república democrática padece una fenomenal estima por sí misma. No es banal reparar en cómo le habla al país. Sus palabras, manierismos y soliloquios son útil herramienta para entenderla y prever cómo seguirá gobernando. Sus discursos de esta semana la muestran en el uso más proverbial de su retórica. Le apasiona monologar por televisión. Apela a herramientas discursivas que transcribo.
Yo ya decía. Esta cosa que vengo yo machacando. Yo misma. Yo que soy la Presidenta. Yo me volvía loca. Yo siempre creo. Yo siempre digo. Como digo yo. La dignidad de los humildes, digo yo. Yo lo decía el otro día. Yo veía a la Evita mirando al sur. Yo por lo menos nunca pretendí ser revolucionaria. Yo estoy convencida. Yo creo. Yo decía porque digo. Por lo menos es lo que yo hago, pensar en los demás. Tal vez, si pensara en mí misma y sola, bueno, no importa… Una llamativa constante: citarse, mencionarse, exponerse, referenciarse, creerse (y una sarta de argentinos pelotudos y chupamedias la idolatran ¡gloria a este pueblo!)
Ahora que incluso antikirchneristas antes críticos del Gobierno tienden a abrirle crédito al “nuevo discurso” presidencial, no es mera indagación psicologista husmear los vericuetos de una personalidad que influye de modo formidable en la marcha del país.
En la Argentina ha sido proverbial destacar las legendarias rabietas de Alfonsín, las míticas ambigüedades de Menem, las indecisiones enervantes de De la Rúa y la ira desbordante de Néstor Kirchner. El seguimiento periodístico de esas subjetividades fue implacable. Cuando Fernando de la Rúa perpetró el crimen imperdonable de equivocar el nombre de pila de la entonces esposa de Marcelo Tinelli, un macizo aparato mediático diagnosticó “¡Alzheimer!”. Feo traspié de De la Rúa: llamó Laura a Paula Robles y quedó incendiado. ¡Pobre diablo, ni siquiera sabía cómo se llamaba la mujer del tipo más popular de la Argentina! Néstor Kirchner habilitó la Casa Rosada para que la troupe tinelliana grabara en el despacho presidencial una serie de gags destinados a escarnecer a De la Rúa, sus olvidos y confusiones. Esta semana, Cristina Kirchner confundió en público al empresario Guillermo Dietrich con el ministro de la Corte Juan Carlos Maqueda. Sería imperdonable asegurar, por eso, que la Presidenta padece deterioro cognitivo.
Hay enunciados presidenciales asombrosos. Como parte de esa costumbre de situarse en el centro del mundo, el papel de la Argentina es sobredimensionado hasta el absurdo por la Presidenta, con agravios a países amigos. Esta semana, por ejemplo, al exaltar los avances educacionales argentinos, dijo que “Brasil tiene una tasa de analfabetismo (…) del 10 por ciento”, España “creo que 5,4” y Colombia “creo que era el 6,6”. ¿Qué necesidad de hacer esas tóxicas comparaciones? ¿No podría por lo menos manejar datos serios? El analfabetismo cayó cuatro puntos en la década de Lula en Brasil, que por su tamaño continental todavía tiene un 9,6% de personas mayores de 10 años que no saben leer ni escribir. En España es analfabeto un 2,2% de la población mayor de 16 años. Colombia admite un 9,6%. Cuando la Presidenta habla de otros países es odiosa y agresiva en sus descorazonadoras improvisaciones.
Impresiona su recurrente victimización hasta en irrelevancias supremas.
Necesitada de usar lentes, como corresponde a una señora
de 58 años, exclama “me voy a poner los anteojos para no equivocarme y que nadie se enoje”. ¿Quién y por qué se habría de enojar porque a su edad debe usarlos? También es visible su proclividad a provocaciones elementales, a partir de las cuales se embarra mal. Define, por ejemplo, a la mujer de su hijo como “una persona a la que quiero mucho, que también es muy peronista, la nuera de mi hijo”. ¿La nuera de su hijo? ¿No será su propia nuera? Al hablar de las universidades, asegura que “jamás osaría poner en duda” su autonomía, “me excomulgarían”. De las excomuniones se ocupa la Iglesia. Dicha autonomía se debate en el Congreso, un poder bastante menos vertical que el clero.
Para el universo conceptual de la Presidenta dar es tener poder y para tener poder hay que dar. Sus palabras lo acreditan: “Ayer me tocó vivir momentos muy, pero muy conmovedores. Fuimos a una casa de María, que seguramente me debe estar mirando por ese televisor pequeño, un televisorcito… Me quiso llevar a su habitación para que la conociera. La dignidad de los humildes, digo yo. Un televisorcito muy pequeño, muy antiguo… me pidió si le podía dar un televisorcito… porque me quería ver más grande, por Canal 7, me dijo, se ve que por otros canales no me deben pasar tanto, además. Pero para María, que me mira por la Televisión Pública, y debe por ahí estar mirándonos en su televisorcito chiquito, vamos a hacerle llegar un televisor más grande”.
Anunció la actualización de las remuneraciones de la asignación “universal” por hijo así: “he decidido (sic) que la asignación tendrá un incremento del 22,7% lo que llevará la asignación de 220 pesos actualmente a 270 a cada uno de nuestros niños”. “He decidido.” No el Estado argentino, los contribuyentes que lo sostienen, el Poder Ejecutivo o el Gobierno. Siempre “yo”, fuerte, terminante, genial, poderoso, creativo, imperial. El “he decidido” implica erogar US$ 735 millones, con lo cual el total en asignaciones llega a más de US$ 5.755 millones.
Yo, primera persona del singular. Es así.
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