AUSENCIAS Y REGRESO I
Hay ausencias que arañan
como gatos en celo
y suben sus hervores desde
la urdimbre ciega,
se filtran como el viento doloroso
y penetran la íntima
franqueza del silencio.
Hay ausencias turgentes como
pezones agrios
de los que mana un vino para
horadar el alma.
Tienen múltiples manos que
rasgan el olvido
en partículas hoscas que se
esparcen y crecen.
Hay ausencias más crueles,
mucho más, que la muerte
porque son argamasa de
distancia y traiciones.
Son aquellas que rugen
cuando callan los pasos
y trasponen el muro
y acribillan la espera.
Hay ausencias que avanzan
con los ojos vendados
para arrasar sin lágrimas el
candor del deseo.
Y acunar en sus brazos
despóticos y enormes
la criatura indefensa de las
noches en vela.
Son humo, son machete
que corta en llamaradas
la oquedad de la víspera entre
cuatro paredes.
Vibran en desmesura como
ávidas guitarras
que arpegian la tristeza con
inválidas notas
y producen un frío de túnel
o sepulcro
con el aullido tétrico de un
lobo malherido.
Pesan sobre los ojos como
siglos de arena
presagian llanto fértil y
vientos de tormenta
son dos barcos varados en el
muelle del tiempo
hospedando a los náufragos
de algún amor viajero.
Pero en un sobresalto las
ausencias se extinguen
porque existe un antídoto
que se llama regreso.
AUSENCIAS Y REGRESO II
El regreso es un pájaro
nacido en cautiverio
que se empluma de besos para
entibiar el nido.
Es la policromía de una
estrella engarzada en medio del desierto
clamando la mañana.
Tiene una bruma dulce para
amar al rescoldo
y renacer despacio en su
hoguera de pétalos.
Es el ebrio galope del potro
de un abrazo
cuando los dedos palpan la
mitad de su sombra
y arrullan la nostalgia como
a un recién nacido
y abren los ventanales para
que entre la aurora.
Los barcos agoreros zarpan
de madrugada
y se alejan anónimos, tras
sirenas de niebla.
Porque el aire embalsama los
recuerdos penosos
y se puebla de trinos la luz
de la alborada.
El regreso es un nido
frondoso y confortable
para que habite el alma y
restañe su herida.
Pensando bien, la ausencia,
es la semilla ardiente
que germina con llanto las
flores del regreso.
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