©Olga Liliana Reinoso
Así como es importante encontrar el verdadero amor y
la vocación genuina, también es fundamental hallar un lugar en el mundo. Un
lugar al cual pertenecer, sentirse parte, aunque uno esté solo en un café
mirando pasar la gente por la vereda. A ese lugar se le perdona todo. Los
defectos, el vértigo, la locura, la indiferencia, la chatura. Porque en el
fondo uno también es así, comparte esas características, tiene su misma piel.
Ama su olor y hasta
su mal olor, ama el rubor de sus atardeceres, la primera canción de la
mañana; el frío o la llovizna lo llenan de placer.
Si todavía no se han encontrado con ese lugar síganlo
buscando porque vale la pena.
Vale la pena el sentimiento y la emoción que ilumina y
provoca temblores cuando se recorren sus calles, se ven florecer sus durazneros
y se descubre, con la mirada en alto, una constelación que nos bautiza.
Busquen ese lugar. “No se queden inmóviles al borde
del camino”, como dice Benedetti. No acepten resignados un destino fraguado por
dioses fraudulentos.
Abran sus alas y vuelen buscando cielo y tierra y agua
y fuego que les pertenezcan.
Cuando lo hagan, el corazón dará un brinco inusitado y
entonces podrán reconocer la tierra prometida.
Seguro que está aquí, en Argentina. Acaso en otro
barrio, o en otra provincia.
Pero ya van a ver que las mañanas tendrán un nuevo
tornasol y aquellos pájaros sonarán con melodías soñadas, porque al fin habrán
dado con la Meca.
Y si es así bastará con un pacto, con un secreto, con
un beso a la luz de las estrellas.
No importa si uno se va o se queda. La suerte estará
echada. Y podremos volar por todo el hemisferio, sin miedo a confundirnos.
Porque habrá un sitio que nos espera. Una tierra que añoramos. Un lugar en el
mundo que ansía nuestro regreso.
Eso debe ser la patria.
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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.