©Olga
Liliana Reinoso
A costa de
resultar reiterativa, voy a insistir con la idea de que los adultos somos los
responsables de las acciones y reacciones de los jóvenes.
Es fácil echarles la culpa a los
chicos y lavarnos las manos al mejor estilo Poncio Pilatos, sin analizar el
entorno que los rodea y del que formamos parte, indefectiblemente.
De las tantas cosas que recuerdo de mi época de estudiante en el
Colegio María Auxiliadora de Santa Rosa, hay una frase que me resulta
motivadora en especial, sobre todo, por la vigencia que tiene y porque he
podido comprobar, en forma fidedigna, su eficacia: LAS PALABRAS MUEVEN, EL
EJEMPLO ARRASTRA.
De esto se trata, de educar con el ejemplo. Todo eso que no se dice
pero que nuestros hijos ven, palpan, sienten, vivencian. Eso es lo que va
formando sus cimientos, esa es la semilla que germinará más adelante en una
mujer y un hombre de bien que tanta falta le hacen a nuestra quebrantada
sociedad.
En lugar de ver la paja en el ojo ajeno, revisemos nuestros ojos. Al
anochecer de cada día agitado de nuestras turbulentas vidas, tomemos un minuto
para reflexionar si todo lo que hicimos durante esas veinticuatro horas se
destaca por su coherencia, es decir, si no nos hemos traicionado, si realmente
hubo coincidencia entre nuestro pensamiento, nuestra palabra y nuestra acción.
Tal vez nada de esto resulte redituable en términos económicos, pero
nos garantiza tranquilidad de conciencia, valor que jamás podrá comprar una
tarjeta de crédito. Y que tiene un plus maravilloso: nuestros hijos, nuestros
alumnos, irán aprendiendo de esa conducta.
No hablo de no equivocarnos, no hablo de perfección, porque somos humanos.
Hablo de honestidad con uno mismo, de respeto a los principios que proclamamos.
Es lamentable que borremos con el codo lo que escribimos con la mano,
es peligroso que apliquemos la ley cuando se trata de los otros y en cambio,
coimeemos al juez cuando está por dictar nuestra sentencia.
Si manejamos un doble discurso y levantamos ciertas banderas a la hora
de juzgar a los demás, pero luego, tomamos sobredosis de perdón y excusas
cuando la cosa nos afecta en forma personal... ¿somos farsantes? ¿Inmaduros? ¿Tenemos
doble moral? ¿No nos damos cuenta de que con esa actitud habilitamos a los más
jóvenes para el “todo vale”? ¿No entendemos que la sobreprotección los debilita
y les crea falsas expectativas? Amar no es apañar, amar es proteger, no
sobreproteger, amar no es ocultar ni negar, sino ayudar a enfrentarse con la
verdad para ser cada día más fuertes, más valientes, más responsables.
Finalmente, creo que lo importante es responder con sinceridad a estas
preguntas:
¿Queremos que nuestros hijos sean personas de bien o simplemente
personas exitosas? ¿Queremos que ganen a cualquier precio o, solamente, si
hicieron los méritos suficientes?
Las respuestas a estos interrogantes son los ladrillos que edificarán
su futuro. Casa, casita, rancho, palacio o sepulcros blanqueados.
(Imagen: vistaallagointerior.wordpress.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenida. Te deseo mucha suerte.