martes, 21 de octubre de 2014

VELAR POR EL FUEGO



Alrededor de la fogata, iluminada a tientas por su luz esquiva, me siento la primera mujer del Universo.
Las manos aún me arden de frotar las piedras y retengo en mi latido la emoción virginal ante el sobresalto de la primera chispa.
Su calor me protege y me defiende.
Pero entre las sombras tartamudas del ocaso, los fantasmas del miedo se agazapan y se van mimetizando con la noche.
           Por eso lanzo al epicentro visceral de la llama todos los ornamentos combustibles que su lengua voraz atrapa en el ritual de la metamorfosis.
Debo cuidar el fuego.
Soy la sacerdotisa de una tribu diezmada y tengo que preservar el calor y la luz porque en ellos se ocultan las viejas tradiciones, los secretos de mi raza y el ondular de las palabras.
Los defenderé hasta con mi vida.
Aunque todo este ceremonial no sea nada más que un amuleto para alejar la muerte.
Mientras el fuego resista, la vida permanecerá.
Las cenizas son nuestra decrepitud y el viento del olvido puede desparramarlas hasta extinguirlas, hasta borrarlas del planeta.
Danzaré hasta parir el día.
Una por una, ofrendaré mis faldas policromas al incendio brutal de la vigilia.
Pero en la parca canción de la noche crecen animales mitológicos y voces desusadas.
Me convierto en un leve crespón que repta al crepitar en las cavernas del horror que implica ser tan mínimo y saberlo.
Esta criatura que se inmola para avivar el fuego de la transparencia y de la eternidad sufre su finitud en una agonía inmortal. La soledad terrena es mucho más pavorosa que el descenso a los infiernos.
A pesar de que se trata de un equívoco generado por la ignorancia y la soberbia de creerse tan única e irrepetible que se consume con el otro fuego. Y no distingue la verdad, no puede ver la multitud que restalla en las brasas.
Sólo un instante priva la sensatez en mi cerebro y vislumbro que allí, en la sangre ígnea sobrevive la humanidad hecha puñado de sol nocturno.
Por eso abrazo el fuego que me abrasa y me convierto en una melodía inextinguible.
Soy el fuego y me expando sobre las carreteras, en la herida letal del horizonte, o en el diente de oro del lucero.
Nadie detiene mi bocanada arrasadora.
Ardo, crepito, incendio, quemo, calcino. Doy a luz, doy calor, doy vida eterna.
Soy mi dueña y mi esclava. Soy la voz de anteriores generaciones.
Soy el fuego.


 (Imagen: rubensada.blogspot.com)

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