Aral Tamízquez está ciego. Sólo tiene ojos para quien no lo merece.
Aunque diga lo contrario, lo único que hace es pensar en ella.
- La odio. Es una mala, pésima
mujer.
- Pero no es la única, muñeco de organdí, oso gigante y ternuroso que
se adentra en mis silencios, cada vez más irredento.
- Me duele su portazo en todo el
cuerpo. Su maldito recuerdo es una daga sumamente afilada que esculpe adioses
de todos los colores en la yugular y el desconcierto.
- Y sin embargo te hizo bien, Aral cieguito. Estás más
bello, menos tosco, mucho más comunicativo y sobre todo, nadísima soberbio.
Antes, eras una montaña de Tilcara, lejana, inaccesible. Ahora, sos un arroyito
del camino, sinuoso ante mis manos, con textura de aleteo. Tu giganticidad es
una trampa para ineptos. A mí me causa miedo hasta mirarte por temor de que se
resquebrajen tus cristales.
- Voy a matarla, tengo que
matarla –decís
meticulosamente la metáfora para engañar y resarcir tu herida narcisista.
- ¿Qué pasó? ¿Qué es lo que más te duele? ¿Su no estar o la mentira que
fraguó para no irse jamás de tu memoria?
Y bueno, alguna vez hay que crecer, salir del útero definitivamente y
echar a andar con la congoja en la garganta, menuda bufanda que escarcha hasta
los huesos. A golpes se hacen los hombres, decía mi abuela. Y de eso se trata,
finalmente. De que el dolor sirva para algo, sino es una basura.
- Las mujeres siempre son, las
que matan la ilusión.
- Tango de mierda. ¿Cuándo se decidirán las mujeres a escribir el otro
tango? ¿O seguiremos con esa vocación de carmelitas descalzas asumiendo que nacimos
para sufrir y para callar? Y encima, que nos endilguen que matamos la ilusión.
Es que nunca vas a aceptar, Aral de mi vida, que la mina se debe haber
hartado de tus olvidos, de tus desatenciones, de que no pronunciaras un
tequiero porque está claro que te quiero y para qué lo voy a decir. Ustedes,
muchachitos, dan muchas cosas por sentado. Y, para nosotras, la cosa nunca se
termina. Queremos vino y rosas hasta el fin de los días.
Queremos –guardá bien el secreto- reinventar el amor todos los días:
regalos y sorpresas y arrumacos, aunque pasen los años. Seguro que la mina se
aburrió y se fue. Y vos, con expresión boquiabierta en signo de pregunta oteás
el horizonte sin intuir el por qué.
Y además de olvidarte el cumpleaños, ¿te dabas vuelta en la cama y te
quedabas dormido? Error grave, papacito. Eso, a una mujer, la hace sentir
usada. No importa que la libreta matrimonial duerma la siesta en el cajón de la
mesita de luz. El abrazo alargador vale más que el orgasmo. O empatan 10 a 10.
Lo cierto es que no puedo con mi genio y en vez de contribuir a la
diatriba para sumar porotos la estoy reivindicando. Es que no voy a engañarte,
soy como soy y las cosas deben ser claras desde el principio. Acordate de
Tagore: si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas. Ella habrá sido
tu sol pero se te hizo la noche y acá en la tierra como en el cielo, hay
estrellas. Miralas, mirame. Tengo ganas de estrellarte conmigo, bravucón de
telenovelas, pirata de mares desaparecidos, tótem de mis rituales
pensamenteros, amapola que me alucina, manos que me pulsan como una guitarra.
- Mi vida es un infierno, un
verdadero caos, he perdido la brújula.
- La vida, gil de cuarta, son las pequeñas cosas que nos pasan mientras
buscamos, distraídos, los grandes aconteceres.
Yo estoy aquí, requetecerca y desiderativa, agua de manantial para tu
boca que tiene sed y no lo sabe. Bastón blanco para tus inseguros pies de ciego
que no ve lo que debe. No pierdas más el tiempo en añoranzas.
No sea cosa que yo también pegue un portazo.
©Olga Liliana Reinoso
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Bienvenida. Te deseo mucha suerte.